Marjetica Potrč (Ljubljana, Eslovenia, 1953) se formó como arquitecta, y es desde esta disciplina -donde confluyen preocupaciones formales, técnicas y sociológicas- que aborda el campo del arte. Sus trabajos parten invariablemente de un análisis de las formas de construir en un lugar determinado, y de cómo estas construcciones, a menudo idiosincráticas, responden a relaciones sociales determinadas por una cultura y condiciones políticas particulares. En donde el ojo racional del arquitecto o urbanista moderno ve solo caos, Potrč identifica un orden alternativo -no menos lógico que el modelo racional y probablemente más apropiado a una circunstancia específica- y propone un marco teórico en qué inscribirlo, que a menudo toma la forma de un manifiesto. Por ejemplo, invitada a la Bienal de Sao Paulo, Brasil, en 2006, Potrč analiza las comunidades aisladas en la Amazonía y propone la serie de dibujos Florestanía (presentada en FLORA en 2014). Florestanía es un neologismo que significa “ciudadanía de la selva”; Potrč lo utiliza para posicionar el valor del saber indígena y el de los caucheros. Los pueblos que viven en la selva conocen de primera mano la necesidad vital de mantener una coexistencia sostenible con la naturaleza, así como el valor positivo del aislamiento relativo posibilitado por la distancia física y la conectividad tecnológica, circunstancia que le permite a las periferias comunicarse con los centros cuando lo necesiten —pero bajo sus propias condiciones.
Durante el mes de septiembre de 2016, la artista Marjetica Potrč estuvo en residencia en Honda, ciudad colombiana establecida como puerto fluvial durante la Colonia y que actualmente sobrevive en una situación de precariedad económica y tensión social. El contexto político era también tenso: en pocos días se votaba el plebiscito sobre los acuerdos pactados en La Habana entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, y en todo el país se podía sentir la extrema polarización entre los partidarios para ratificar o no lo acordado. Al final, por diversas razones (excesiva confianza por parte del gobierno, desgaste mediático del proceso, desinformación, propaganda enfocada en generar indignación, fatalismo de una mayoría desencantada con la clase política) y por un estrecho margen, ganó el “no”. Un país que había logrado pactar la paz luego de medio siglo de confrontación armada, inexplicablemente repudiaba el acuerdo.
Esta exposición, titulada Acuerdo social, está compuesta por dos series de dibujos y dos construcciones en madera. El díptico que le da título a la exposición tiene dos partes, ampliadas a tamaño mural. En la parte inferior, el dibujo El acuerdo: de campesinos a soldados, representa el pasado y muestra un cuerpo que ha estado durante medio siglo en la selva, cobijado por el techo de una maloca, que para las cosmogonías de muchos pueblos de la selva representa la bóveda del mundo que guarda el conocimiento ancestral. La parte superior, De soldados a guardabosques, representa el futuro: un exguerrillero que porta en su cabeza una canasta simbolizando una futura coexistencia, un lugar en el que cabremos todos.
La serie de nueve dibujos titulada La lucha por la justicia natural, 2017, hace un recuento de los intentos de la humanidad por dominar lo natural, y propone una hoja de ruta para una sociedad que entienda la naturaleza como un ser vivo, sujeto de derechos, para así tener herramientas jurídicas con que protegerla.
Finalmente, las dos construcciones en madera plantean la casa como reflejo de la sociedad. La más grande, una estructura en troncos elevada del suelo, tiene inscripciones de los diversos roles que jugaremos todos en la construcción de una sociedad más inclusiva. La otra es la maqueta* de una maloca Yucuna Matapí, pueblo amazónico que sufrió primero la violencia del boom del caucho de finales del s.19 y luego el conflicto armado interno colombiano. Para los Yucuna Matapí, como para muchos pueblos amazónicos, la maloca es la madre universal, la representación del universo, el lugar en donde se escenifican los rituales ligados a su concepción del mundo. Potrč la incluye en la exposición para mostrar una arquitectura de unión y coexistencia, ejemplo vivo para una sociedad en la que a menudo la arquitectura sirve como elemento que segrega, divide y estratifica.
Para la sociedad colombiana, polarizada, agotada y desencantada, las oposiciones son fáciles: sí o no, a favor o en contra. Pero nada es tan sencillo: estar a favor del acuerdo no es estar a favor de la guerrilla (ni del actual gobierno, su adversario en la mesa de negociaciones), sino estar a favor de una solución negociada al conflicto. Un acuerdo con una guerrilla que no pudo ser vencida militarmente pero que tampoco logró nunca la legitimidad social y política por parte del pueblo, cuyos intereses decía representar, y que terminó perpetuando el “estado de subversión” como forma de vida, como fin en sí mismo. Solo que toda negociación tiene sus costos: mejor distribución de la tierra, acceso a la participación política, reconocimiento de las víctimas… nada diferente a lo que debería ser norma en cualquier sociedad democrática que aspire a un mínimo de justicia social. Es esto lo que debemos entender para poder pasar la página y seguir adelante.
Como lo han señalado muchos analistas, el acuerdo de paz alcanzado, hace exactamente un año, es una oportunidad histórica para construir una mejor sociedad. Pero si bien debe articularse en lo político, un cambio cultural es esencial. Este acuerdo debe ser ante todo un entendimiento entre los ciudadanos (y sobre todo los habitantes de las ciudades, quienes no vivieron en carne propia los mayores rigores de la guerra). Paradójicamente, fueron los florestanos quienes votaron en su mayoría por ratificar el acuerdo.
Si este país tuviera un servicio militar obligatorio y jóvenes de todas las clases sociales hubieran tenido que pelear la guerra, el conflicto habría acabado hace mucho tiempo. El título de una canción de los años setenta, “si la guerra es buen negocio, invierte a tus hijos” nunca pasó de la ironía, pues quienes más se lucraron de la guerra (y quienes más se opusieron a una solución negociada) nunca la tuvieron que sufrir.
Como Potrč lo señala, desde la mirada de un observador externo, hay que integrar a quienes estuvieron siempre del otro lado, aprovechar el saber que poseen luego de vivir toda su vida en la selva. En sus dibujos está inscrita su propuesta: “decimos adiós a las armas – dejamos atrás la ideología (…) ahora aspiramos a ser los guardianes de la tierra, y hacedores en una sociedad de hacedores. (…) la re-evolución de la sociedad neoliberal no viene de los trabajadores en las fábricas sino de gente como nosotros, que habitamos la sabiduría del territorio (…) Es tiempo de repensar la propiedad. Se trata de coexistencia. Se trata de nuestra supervivencia común como una sociedad dignificada”
*La Maqueta de la maloca Yucuna Matapí fue prestada a esta exposición por Tropenbos, entidad no gubernamental dedicada a la protección de los bosques tropicales y las prácticas culturales que están en esos territorios.
MARJETICA POTRČ
Es una artista y arquitecta instalada entre Liubliana y Berlín. Su trabajo se ha expuesto en Europa y América, incluyendo exposiciones como la Bienal de Venecia (1993, 2003, 2009), la Bienal de São Paulo (1996, 2006), y Skulptur: Projekte in Münster, Alemania (1997). Desde 2011, ha sido profesora en la Universidad de Bellas Artes/HFBK en Hamburgo. También ha sido profesora visitante en numerosas instituciones, como el Massachusetts Institute of Technology (2005) y la IUAV Facultad de Artes y Diseño en Venecia (2008, 2010).
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Evento apoyado por la Alcaldía Mayor de Bogotá a través del Instituto Distrital de las Artes – Idartes